domingo, 6 de septiembre de 2015

Como todos los días

Como todos los días y con más fuerza que nunca, me zambullí al furgón. El camino azaroso de las vías me condujo al 62 que, sin yo saber su destino, aceleró por Pueyrredón ¡Chau cueva, Perla, Tanguito! ¡Hasta acá nomás!  Plaza Francia ¿Dónde está el B.A Rock del ’72, la mina que mueve sus caderas desde lo alto de una tumba ricachona del cementerio de La Recoleta, acompañada del mejor cielo anaranjado que uno pueda vislumbrar en años? ¿El cielo es siempre el mismo? ¿Y la gente? ¿Y el furgón de Morón a Once y La Recoleta?
UMMMMMMMMMMMMMMM, NOOOOOOOOOOOOO. Un  “NO” rotundo.
Los mocos que le cuelgan al pibe paqueado del quinto vagón-porque no tiene otro pantalón que el que lleva puesto y está hecho añicos y quizá, con algo de suerte, conozca a un fulanito/a que le regale una campera que le ataje un poco el viento y frío invernal-, no parece semejarse al picnic campestre adornado con lechuguitas de oro y vestuarios de pieles exóticas valuadas en un 2000% más al equivalente a lo que saca el pibe de los mocos chorreando en un día cualquiera pidiendo monedas.
Mi ignorancia geográfica en aquel barrio de viejas conchetas y aburridas, descubrió una gran muralla. Por suerte no soy asiduo a este tipo de lugares empero, la pared de ladrillos viejos, atrajo la atención de mis muy más arraigados adentros.
 Estaba yéndome y ¡ZASSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS! Decidí ver qué era aquello que me había desviado de la geografía de mi mundo.
Al descubrirse las primeras cúpulas y ángeles que saludaban desde una altura considerada, comprendí que me encontraba frente al cementerio. Debo admitir que no suelo desorientarme, pero esta vez me encontraba perdido. No por no saber cómo llegar a Pueyrredón y nuevamente al Once y al furgón y la cinta que rebobina; me había extraviado entre seres de un mundo de fantasía y frivolidad. El mismo de los muertitos que descansan en nichos y mausoleos  que podrían pagar el desayuno, almuerzo, merienda y cena de todo un año para cientos de barrios con miles de chicos que la pasan muy mal.
Poder caminar y analizar lo que se observa, puede ser un golpe muy bajo y, a la vez reconfortante; como compartir un ch… con los pibes en el furgón, mientras te cuentan que se fueron de caravana todo el finde y la bruja los va a amacijar en breves minutos jajajajajajajaja.
Hoy, como tantas otras veces-como casi siempre diría- pude seguir constatando la mala distribución de la riqueza en la sociedad, como así también, respirar las mínimas oportunidades que tienen muchos, y de las muchas que tienen muchísimos; pude seguir concientizándome en el cotidiano para decirles tanto a mi hija como a mis alumnos, “ésta es la verdad de la milanesa… luchemos por justicia social YA”
Pero no todo tiene sabor a amargo. Antes de despedirme-espero que por décadas, aunque siempre resulte conveniente estudiarlos desde cerca- de la necia Anchorena, perdón… Recoleta, dejé un recuerdito en el mundo de los muertos.
Me acerqué a una tumba, más que una tumba era un tres ambientes de piedra. Desde la puerta de entrada de la sepultura, podía leerse bien grande, como resaltándolo, el nombre del genocida más decorado de nuestra historia, que yace en ese pedazo de tierra que debe valer millones: Julio A. Roca. El que terminó con la vida de millones de originarios- para entregarles las parcelas a algunas de las familias que cuidan su estancia patagónica desde el palacete de Av. Alvear y Rodríguez Peña  quienes generación  tras generación amasan el dinero manchado con sangre- dueños milenarios de estas tierras. El prócer más grande, según el billete más grande; el que posee uno de los monumentos más grandes de todo este bendito-maldito país, ubicado en Diagonal Sur frente a la Legislatura Porteña, otro in-mundo. Y, por último, el que le da el nombre a una línea ferroviaria que une Constitución- La Plata.
Con toda la bronca de mi mundo, me incliné hacia la placa de bronce y escupí sobre su lecho de mier...
Hoy, y como nunca, entendí por qué tanguito murió casi zombi, tratando de alcanzar el San Martín para volver a su mundo, su Caseros.

La mató la tecnología

Quedó fríamente demostrado que la maldita tecnología te aleja cada vez más de la realidad palpable. Sino echémosle un vistazo a esta crónica de una muerte que de anunciada no tuvo nada, sino que vino a través de un mensaje de wasap entre los trenes de once a Moreno y viceversa, en una noche caótica de Ramos Mejía.
El reloj de mi celular marcaba las 19:45 de un viernes lluvioso. No veía la hora de llegar a Once y de ahí correr al barrio para descorchar un vinito y así decirle chau a una semana rara, cansadora, y muy triste para aquellas personas que perdieron absolutamente todo bajo las aguas de la crecida del río Lujan ¿Producto de un meganegociado inmobiliario en nordelta donde se matan massita y los canallas?
El mundo moderno ha elevado el nivel de pelotudización del sujeto a la máxima potencia, y no sólo lo digo por casos de parejas que se separan por culpa de un aparatito que no para de sonar entre diferentes ringtons hasta bien entrada la madrugada, sino también por otras situaciones como las que os narraré a continuación.
Cuadro de situación…alguien murió bajo las vías del tren. Terminó siendo la feta de queso del sánguche que se come en los rieles helados de una historia idiota y evitable, completamente evitable hasta el hartazgo.
Yo venía en el tren que rumbeaba a Once y de repente una frenada brusca y la luz chillona de otro tren que se arrimaba. En ese momento todos cerramos los ojos. Por un momento pensé que íbamos a chocar e imaginé cómo podría verse la muerte. Pero esta vez la parca no se llevaría a ninguna de las ciento de personas que viajaban en el reducto chaperil, muy cómodo por cierto, gestión de alguien que no aceptó ser orgánico cuando se lo necesitó en la provincia de Buenos Aires...pero esa es otra historia. Y si hablamos de Florencio ¡Qué bien pegaron! ¿No es cierto Lucas? ¡Gracias Gri!
Volviendo a la escena. El impacto no fue de tren contra tren sino que había agarrado algo y la expresión de un loco que venía escuchando música yendo a laburar y miraba por la ventana, dejó entrever que alguien se había tirado bajo las vías.
¡Justo a ahora se viene a matar este pelotudo! Decía la señora que se encontraba a mi lado mientras otra señora más adelante llamaba a su patrona a la capital para avisarle que no sabía cuánto se iba a demorar por lo que estaba ocurriendo y del altavoz del celular que salía un ‘apurate’ clasista. Más allá las voces que iban y venían trayendo versiones diferentes y desde la vidriera nocturna comenzaban a acurrucarse ambulancias, bomberos, policías y transeúntes curiosos que no se querían perder ni una coma de la historia.
Las conjeturas llovían y afuera la garúa que pretendía seguir el curso de una semana post eleccionaria y un fin de semana largo. En los pasillos del tren se respiraba angustia y tedio, sobre todo de aquellxs que esperaban llegar a su casa luego de una jornada laboral y lxs que iban hacia su laburo. Afuera el tráfico de un escenario preferiado en una sociedad como la de Ramos Mejía, donde gran porcentaje de la gente corría apurada y puteaba y tocaba bocinas sin parar con el único objetivo de comenzar su viaje de ocio.
Luego de media hora de incertidumbre la voz de un guarda comenzó a pedir a los pasajeros que se vayan acercando de a poco a una de las puertas que se encontraba a tres vagones de distancia, para luego poder descender. La maniobra duró otros 25 minutos hasta que por fin por una escalerita de madera improvisada de menos de un metro comenzaron a bajar todo tipo de siluetas. En un momento pensé que no iba a aguantar, pero el tren quedó completamente evacuado.
Fue entonces que comencé a caminar las cuatro cuadras que me separaban de la estación de Ramos, no sin antes entrar a una heladería a evacuar la vejiga que estaba a punto de estallarme ¡Helado no iba a comer ni loco! Aunque el helado no tenga estación. Y si hablamos de estación, Ramos estaba cada vez más cerca de mi vista y pude obsevar a jóvenes, adultxs, viejxs y niñxs queriendo tomar el 166.
Me adelanté unos pasos hasta la parada y vi la poca batería de mi celular y decidí enviar un wuasap (lo escribo así porque lo escucho así y me la re banco). En el mismo momento que wasapeaba un tipo de unos 70 pirulos se puso a chamuyar con un cobani que iba en el mismo tren y le dijo: “pobre la piba, y pensar que todo fue por ese maldito celular”. Al instante saltó un pibe de atrás de la fila y agregó: “sí, yo la vi cuando estaba escribiendo un wasap o un mensaje y cómo tuvo que correr para que el tren no la agarre, pero no tuvo suerte y el otro que venía de frente la pasó por arriba”.
El caso se había develado. Ese alguien que cruzó el paso nivel que se encuentra llegando a la estación de Ramos Mejía del ferrocarril Sarmiento fue una adolescente que calculó mal, o cruzó corriendo porque no vio que estaba cerca el tren que iba rumbo a once e intentó llegar al lado sur esforzándose para encontrar la muerte en un tren que nunca imaginó venir, esta vez de once a Moreno. Se trataba de una piba que decidió boludear en el paso nivel y no se dio cuenta que iba a ser asesinada por la tecnología.
Moraleja: chiquilines, chiquilinas y no tanto… menos celular y más garche. Y si vas a cruzar las vías de tren sacate un toque los auriculares del cel y nunca estés wasapeando en medio por donde pasa ese estrambótico pedazo de chapa dura que te puede dejar echo un heladito derretido en una noche fría y lluviosa en un lugar donde a muy pocos les importa si se mató alguien o si el auto que está delante de ti respeta el semáforo y no aguanta la ansiedad y te bocinea y te acelera y te grita pelotuuuuudoooooooooooooooo apurate.
Ahora, yo me pregunto ¿Cómo mierda el Indio Solari pudo haber vivido en Ramos, y hoy es vecino del paquete Parque Leloir? Igual... I love Carlos Alberto.