Quedó fríamente demostrado que la maldita tecnología te aleja cada
vez más de la realidad palpable. Sino echémosle un vistazo a esta
crónica de una muerte que de anunciada no tuvo nada, sino que vino a
través de un mensaje de wasap entre los trenes de once a Moreno y
viceversa, en una noche caótica de Ramos Mejía.
El reloj de mi
celular marcaba las 19:45 de un viernes lluvioso. No veía la hora de
llegar a Once y de ahí correr al barrio para descorchar un vinito y así
decirle chau a una semana rara, cansadora, y muy triste para aquellas
personas que perdieron absolutamente todo bajo las aguas de la crecida
del río Lujan ¿Producto de un meganegociado inmobiliario en nordelta
donde se matan massita y los canallas?
El mundo moderno ha
elevado el nivel de pelotudización del sujeto a la máxima potencia, y no
sólo lo digo por casos de parejas que se separan por culpa de un
aparatito que no para de sonar entre diferentes ringtons hasta bien
entrada la madrugada, sino también por otras situaciones como las que os
narraré a continuación.
Cuadro de situación…alguien murió bajo
las vías del tren. Terminó siendo la feta de queso del sánguche que se
come en los rieles helados de una historia idiota y evitable,
completamente evitable hasta el hartazgo.
Yo venía en el tren
que rumbeaba a Once y de repente una frenada brusca y la luz chillona de
otro tren que se arrimaba. En ese momento todos cerramos los ojos. Por
un momento pensé que íbamos a chocar e imaginé cómo podría verse la
muerte. Pero esta vez la parca no se llevaría a ninguna de las ciento de
personas que viajaban en el reducto chaperil, muy cómodo por cierto,
gestión de alguien que no aceptó ser orgánico cuando se lo necesitó en
la provincia de Buenos Aires...pero esa es otra historia. Y si hablamos
de Florencio ¡Qué bien pegaron! ¿No es cierto Lucas? ¡Gracias Gri!
Volviendo a la escena. El impacto no fue de tren contra tren sino que
había agarrado algo y la expresión de un loco que venía escuchando
música yendo a laburar y miraba por la ventana, dejó entrever que
alguien se había tirado bajo las vías.
¡Justo a ahora se viene a
matar este pelotudo! Decía la señora que se encontraba a mi lado
mientras otra señora más adelante llamaba a su patrona a la capital para
avisarle que no sabía cuánto se iba a demorar por lo que estaba
ocurriendo y del altavoz del celular que salía un ‘apurate’ clasista.
Más allá las voces que iban y venían trayendo versiones diferentes y
desde la vidriera nocturna comenzaban a acurrucarse ambulancias,
bomberos, policías y transeúntes curiosos que no se querían perder ni
una coma de la historia.
Las conjeturas llovían y afuera la
garúa que pretendía seguir el curso de una semana post eleccionaria y un
fin de semana largo. En los pasillos del tren se respiraba angustia y
tedio, sobre todo de aquellxs que esperaban llegar a su casa luego de
una jornada laboral y lxs que iban hacia su laburo. Afuera el tráfico de
un escenario preferiado en una sociedad como la de Ramos Mejía, donde
gran porcentaje de la gente corría apurada y puteaba y tocaba bocinas
sin parar con el único objetivo de comenzar su viaje de ocio.
Luego de media hora de incertidumbre la voz de un guarda comenzó a pedir
a los pasajeros que se vayan acercando de a poco a una de las puertas
que se encontraba a tres vagones de distancia, para luego poder
descender. La maniobra duró otros 25 minutos hasta que por fin por una
escalerita de madera improvisada de menos de un metro comenzaron a bajar
todo tipo de siluetas. En un momento pensé que no iba a aguantar, pero
el tren quedó completamente evacuado.
Fue entonces que comencé a
caminar las cuatro cuadras que me separaban de la estación de Ramos, no
sin antes entrar a una heladería a evacuar la vejiga que estaba a punto
de estallarme ¡Helado no iba a comer ni loco! Aunque el helado no tenga
estación. Y si hablamos de estación, Ramos estaba cada vez más cerca de
mi vista y pude obsevar a jóvenes, adultxs, viejxs y niñxs queriendo
tomar el 166.
Me adelanté unos pasos hasta la parada y vi la
poca batería de mi celular y decidí enviar un wuasap (lo escribo así
porque lo escucho así y me la re banco). En el mismo momento que
wasapeaba un tipo de unos 70 pirulos se puso a chamuyar con un cobani
que iba en el mismo tren y le dijo: “pobre la piba, y pensar que todo
fue por ese maldito celular”. Al instante saltó un pibe de atrás de la
fila y agregó: “sí, yo la vi cuando estaba escribiendo un wasap o un
mensaje y cómo tuvo que correr para que el tren no la agarre, pero no
tuvo suerte y el otro que venía de frente la pasó por arriba”.
El
caso se había develado. Ese alguien que cruzó el paso nivel que se
encuentra llegando a la estación de Ramos Mejía del ferrocarril
Sarmiento fue una adolescente que calculó mal, o cruzó corriendo porque
no vio que estaba cerca el tren que iba rumbo a once e intentó llegar al
lado sur esforzándose para encontrar la muerte en un tren que nunca
imaginó venir, esta vez de once a Moreno. Se trataba de una piba que
decidió boludear en el paso nivel y no se dio cuenta que iba a ser
asesinada por la tecnología.
Moraleja: chiquilines, chiquilinas y
no tanto… menos celular y más garche. Y si vas a cruzar las vías de
tren sacate un toque los auriculares del cel y nunca estés wasapeando en
medio por donde pasa ese estrambótico pedazo de chapa dura que te puede
dejar echo un heladito derretido en una noche fría y lluviosa en un
lugar donde a muy pocos les importa si se mató alguien o si el auto que
está delante de ti respeta el semáforo y no aguanta la ansiedad y te
bocinea y te acelera y te grita pelotuuuuudoooooooooooooooo apurate.
Ahora, yo me pregunto ¿Cómo mierda el Indio Solari pudo haber vivido en
Ramos, y hoy es vecino del paquete Parque Leloir? Igual... I love
Carlos Alberto.
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