Como todos los días y con más fuerza que nunca, me zambullí al
furgón. El camino azaroso de las vías me condujo al 62 que, sin yo saber
su destino, aceleró por Pueyrredón ¡Chau cueva, Perla, Tanguito! ¡Hasta
acá nomás! Plaza Francia ¿Dónde está el B.A Rock del ’72, la mina que
mueve sus caderas desde lo alto de una tumba ricachona del cementerio de
La Recoleta, acompañada del mejor cielo anaranjado que uno pueda
vislumbrar en años? ¿El cielo es siempre el mismo? ¿Y la gente? ¿Y el
furgón de Morón a Once y La Recoleta?
UMMMMMMMMMMMMMMM, NOOOOOOOOOOOOO. Un “NO” rotundo.
Los
mocos que le cuelgan al pibe paqueado del quinto vagón-porque no tiene
otro pantalón que el que lleva puesto y está hecho añicos y quizá, con
algo de suerte, conozca a un fulanito/a que le regale una campera que le
ataje un poco el viento y frío invernal-, no parece semejarse al picnic
campestre adornado con lechuguitas de oro y vestuarios de pieles
exóticas valuadas en un 2000% más al equivalente a lo que saca el pibe
de los mocos chorreando en un día cualquiera pidiendo monedas.
Mi
ignorancia geográfica en aquel barrio de viejas conchetas y aburridas,
descubrió una gran muralla. Por suerte no soy asiduo a este tipo de
lugares empero, la pared de ladrillos viejos, atrajo la atención de mis
muy más arraigados adentros.
Estaba yéndome y ¡ZASSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS! Decidí ver qué era aquello que me había desviado de la geografía de mi mundo.
Al
descubrirse las primeras cúpulas y ángeles que saludaban desde una
altura considerada, comprendí que me encontraba frente al cementerio.
Debo admitir que no suelo desorientarme, pero esta vez me encontraba
perdido. No por no saber cómo llegar a Pueyrredón y nuevamente al Once y
al furgón y la cinta que rebobina; me había extraviado entre seres de
un mundo de fantasía y frivolidad. El mismo de los muertitos que
descansan en nichos y mausoleos que podrían pagar el desayuno,
almuerzo, merienda y cena de todo un año para cientos de barrios con
miles de chicos que la pasan muy mal.
Poder caminar y analizar lo
que se observa, puede ser un golpe muy bajo y, a la vez reconfortante;
como compartir un ch… con los pibes en el furgón, mientras te cuentan
que se fueron de caravana todo el finde y la bruja los va a amacijar en
breves minutos jajajajajajajaja.
Hoy, como tantas otras veces-como
casi siempre diría- pude seguir constatando la mala distribución de la
riqueza en la sociedad, como así también, respirar las mínimas
oportunidades que tienen muchos, y de las muchas que tienen muchísimos;
pude seguir concientizándome en el cotidiano para decirles tanto a mi
hija como a mis alumnos, “ésta es la verdad de la milanesa… luchemos por
justicia social YA”
Pero no todo tiene sabor a amargo. Antes de
despedirme-espero que por décadas, aunque siempre resulte conveniente
estudiarlos desde cerca- de la necia Anchorena, perdón… Recoleta, dejé
un recuerdito en el mundo de los muertos.
Me acerqué a una tumba,
más que una tumba era un tres ambientes de piedra. Desde la puerta de
entrada de la sepultura, podía leerse bien grande, como resaltándolo, el
nombre del genocida más decorado de nuestra historia, que yace en ese
pedazo de tierra que debe valer millones: Julio A. Roca. El que terminó
con la vida de millones de originarios- para entregarles las parcelas a
algunas de las familias que cuidan su estancia patagónica desde el
palacete de Av. Alvear y Rodríguez Peña quienes generación tras
generación amasan el dinero manchado con sangre- dueños milenarios de
estas tierras. El prócer más grande, según el billete más grande; el que
posee uno de los monumentos más grandes de todo este bendito-maldito
país, ubicado en Diagonal Sur frente a la Legislatura Porteña, otro
in-mundo. Y, por último, el que le da el nombre a una línea ferroviaria
que une Constitución- La Plata.
Con toda la bronca de mi mundo, me incliné hacia la placa de bronce y escupí sobre su lecho de mier...
Hoy,
y como nunca, entendí por qué tanguito murió casi zombi, tratando de
alcanzar el San Martín para volver a su mundo, su Caseros.
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